sábado, 27 de abril de 2013

Alguien Nada Absurdo

" ¿Qué pasa cuando se abrazan el amor y la muerte? ¿ Se muere el amor? ¿o se enamora la muerte? Tal vez la muerte moriría enamorada  y el amor amaría hasta la muerte"

Sus ojos se atraparon entre estas palabras encontradas por azar que extrañamente parecían estar esperándola. Era una romántica, lo había reconocido cientos de veces, por eso estas frases que filosofaban  acerca del amor siempre le cosían las asperezas en los días grises. Ella era la mujer de la sonrisa, se la había tatuado hasta en las pestañas, verla te llenaba de luz aunque el sol ya se hubiese ido. Y yo la miraba tiritar todas las noches muy cerca de la luna. Con la inteligencia de un hoyuelo de mejilla, que cede el protagonismo de su belleza a una boca feliz, ella se escondía tras un cuerpo pequeño y un nombre de tres letras. Y así, desde lo diminuto hacía firmamentos infinitos de todo lo que estaba a su alrededor. No podéis imaginar con que fuerza te calaba hasta los huesos, con sólo ser una gota de agua. Y yo me empapaba hasta en los agostos madrileños, cada vez que me encontraba con su risa. De vez en poco se agarraba a la madera de seis cuerdas y se nos regalaba con su voz. Y yo la recuerdo desde el minuto uno, con su lunar y su pelo revuelto, aquel del que un día decidió desprenderse. Pero ahí estaba su sonrisa intacta, por mucho que se empeñaran en arrastrarla a la resignación, por mucho que le robaran las ganas, y le consumieran la energía. ¿Y por qué no?, a veces una estrella podía declararse en pie de guerra y protestar, rebelarse contra todo el firmamento si hacía falta y esconderse tras una nube.Pero por muchos intentos que hiciera, aún seguiría brillando, aún detrás de aquella nube su luz sería inmensa. Por eso, cuando se me olvida alguna alegría entre los costados,cuando me pierdo entre tinieblas profundas...la encuentro resplandeciente desde lo alto guiñándome con su alegría. Y siempre me quedarán millones de seis de julios a su lado, al menos yo me empeñaré en esas huidas de a dos que te llenan el alma y te enseñan la vida que no se encuentra más que al final de una cerveza prolongada que sirve de escusa para atarse a la verdad. Por que aún con los años que le tachan de inexperta,  siempre tiene ese algo del que todos deberíamos aprender...ese algo que consiste en seguir brillando aun detrás de una tormenta. 

Y yo moriría enamorada y la amaría hasta la muerte. 

martes, 23 de abril de 2013

( )eso...

Aún les quedaba el eco entre las costuras...A penas sí habían amanecido de un ojo, cada uno en la cama equivocada. Del otro lado del colchón, con los calcetines por las esquinas. Él desde sus vientos, ella desde sus almohadas. El sol volvía hacer de las suyas, anunciando un nuevo mañana. Ella rodeada de focos y de palabras de corta y pega y él rodeado de notas que no le pertenecían. Las palabras de vidas ajenas, de historias paralelas y pasados pisados, escocían entre las ganas. Y entre tanto se arrugaban las palabras de rabia, como se arrugan los papeles impregnados de frases destartaladas, huérfanas de amor, incrustadas entre tachones que ocultan su verdadera esencia. Pero entre tanto, las ganas tomaban protagonismo y maquiavélicas decidían por inercia lo que el subconsciente más consciente andaba pidiendo a gritos.

Y volvían a ellos entre las luces que decoraban unas canciones con sabor a juventud añeja. Ella vestida de extrañeza, pero más guapa que nunca, con la belleza recogida en una coleta y los ojos y los labios al descubierto, sin protección. Él, conservando su esencia sin aderezos, se le salían por los ojos, se le caían de los labios y se le incrustaba en la piel todo lo bonito que era.

Y así, exentos de decisiones, ahuyentaban las preguntas sin respuesta e improvisaban otras formas de ser juntos. A ella le sobraban las cervezas por tener el estómago lleno ya, de otro sabor. Y tras dar en la diana, se montaron en las cosquillas. De pronto, habiendo olvidado como habían llegado hasta allí, ante la cristalera panorámica que les invitaba a cambiar de sentido la vista, uniendo sus direcciones en un sólo punto, empezaban a manejar los hilos. Él le invitaba a ser búho de nuevo, por una noche y ella colocaba sus piernas en la postura equivocada.

Desprendida de toda seguridad, empezaba a desvirgarse de sentimientos de tapadera, que lanzaba al aire por si alguna vez tenia que agarrarse a ellos. Mientras él alegaba un discurso más propio de después, pero que retrataba lo necesario: la no promesa que prometía más que nunca. Ella desde su asiento masticaba las palabras de él y llenaba de inquietud su estómago que llegaba hasta su garganta. Ante la mudez repentina, el abrazo era lo inevitable, la escusa perfecta para acortar distancias. Y una vez allí, la separación de dos milímetros, lo justo para poder mirarse por dentro. Sus ojos ya estaban en los del otro, ahora sólo faltaban sus labios. Y entonces ella, que le había invitado a lo valiente, y él que había luchado contra su silencio...se hacían uno. Besándose el alma, dejando salir el corazón por la boca, amando cada mordisco, adorando ese sabor, sintiendo esa piel, cargándose de nervios, volcándose las ganas, llamando a la esperanza, bebiéndose sus vidas. Allí, en mitad de la noche de un mes que se auguraba precioso. De una primavera más alterada que nunca. Allí volvían a ser en secreto, dejándose las impurezas y las taras al otro lado de la puerta, haciendo eclipsar sus lunas. Siendo sin final el mar eterno de un beso. El más bonito que habían probado nunca. Y volverían allí mil veces, dejándose arrastrar a la inmensidad de su eco.

lunes, 22 de abril de 2013

Confieso


Me cantas al oído en medio de la calle sin dejarnos espiar. Sólo de vez en cuando se me cae el secreto en alguna sonrisa. Me aíslas del mundo con sólo tu voz. Y nos hacemos nuestros ahora justo que el tu y el yo empezaban a ser más puros que nunca. Me llevas a sitios que ya no existen y yo aprendo a ser ciega para dejarme guiar. Me he olvidado los ojos al otro lado de mis párpados. Ahora ya sólo sé escuchar. Y he enmudecido tres años para viajar allí dónde las palabras se dibujan sobre cinco líneas que no todos pueden cantar. Te agarras a mis cuerdas y se me acaban las palabras. Ando sobre zapatos que no son míos y aprendo a disimular por si acaso echas alas.