domingo, 17 de febrero de 2013

Otneuc, Ese lugar

Hubo una vez, en algún lugar de adoquines mojados, un hombre de guitarra ajena que me hizo metáfora.


Hubo una vez, en algún lugar de noche eterna, que un gato dijo de mí que era una bolsa de basura, y yo lo tuve que tomar por halago y también tuve que robarle tres besos en la puerta de una casa que le engullía.



Hubo una vez, en algún lugar dominado de decibelios egocéntricos, que unas manos se colaron en mi cuerpo queriendo coleccionar mi tacto en cada uno de sus dedos.



Hubo una vez, en algún lugar de navegantes a la deriva, que aquel hombre, aquel gato y aquellas manos no me pertenecían, y se convertían en placas de polaridad inversa que me repelían.



Hubo una vez, en algún lugar de montañas de tela y de camas vacías, que yo me despertaba de un sueño que había sido real, y me declaraba cleptómana de afectos impropios, de besos de cerveza y abrazos de frío fingido, de miradas traviesas que acortan distancias y de dedos inquietos que provocan lo que no son simples cosquillas.



Hubo una vez, en algún lugar de escondites virtuales, en que yo, ese hombre, ese gato y esas manos éramos por una vez y en secreto.

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